A sus 28 años, Imelda Villa es mucho más que un diagnóstico. Originaria de Tijuana, madre de Fabián (9 años) y Manuel (3), Imelda es una mujer que ha aprendido a sostenerse con dignidad en medio de la incertidumbre, sin perder la ternura ni el impulso creativo que la define. Su pareja, Manuel Hernández, ha sido un pilar en este camino, acompañándola en los momentos más complejos y en los más luminosos.
Desde los 16 años ha trabajado en paleterías, tiendas, puestos de comida y labores de limpieza. Su historia laboral habla de constancia, de esfuerzo silencioso, de esa ética que no presume pero que sostiene. Actualmente cursa el segundo semestre de preparatoria, y aunque su salud ha presentado retos, ella sigue adelante, con la mirada puesta en sus hijos y en el arte que la acompaña. “Por el momento me gusta pasar tiempo con mi familia, disfrutarlos, y en ocasiones dibujo y pinto cuadros”, comparte con sencillez.
Imelda vive con anemia hemolítica, una enfermedad autoinmune que afecta la producción de glóbulos rojos. “Mi cuerpo destruye mis glóbulos rojos más rápido de lo que los puede hacer”, explica. Aunque fue diagnosticada el año pasado, el proceso ha sido confuso y doloroso. “Como el doctor no me explicaba muy bien, yo pensé que se me quitaría”, recuerda. Este año, al cambiar de médico, recibió información más clara y directa: “Fue muy difícil, es una noticia la cual no te esperas a mis 28 años… que los tratamientos solo son para tener más calidad de vida. Si no funciona un tratamiento, tendrán que operarte del bazo, y es un porcentaje el que la operación funcione”.
La noticia fue dura. “He sentido mucho miedo, por lo tanto, estuve muy mal mentalmente hablando, porque me parecía una situación imposible de afrontar”, confiesa. Pero también reconoce el poder del acompañamiento: “Gracias a las personas que me apoyaron he estado saliendo adelante y me he podido reponer”.
Lo que más le pesa es el amor que la une a sus hijos: “Mi familia… me pesa que me pase algo, porque mis hijos son pequeños y ocupan a su mamá bien”. Esa frase, dicha desde el corazón, revela la fuerza que la sostiene: el deseo profundo de estar presente, de seguir siendo guía, abrazo y refugio.
Imelda no se define por su enfermedad, sino por su capacidad de amar, de crear, de resistir. Su vida es una obra en proceso, tejida con pinceladas de coraje, maternidad y sensibilidad. “Es muy fuerte estar a la espera de si las cosas funcionan, porque es mi vida”, dice, con una lucidez que conmueve.
Y sí, es su vida. Una vida que merece ser contada desde la luz que emana, desde el arte que la habita, desde el amor que la sostiene. Porque Imelda Villa no solo enfrenta una condición médica: construye cada día una historia de dignidad, belleza y esperanza.









