La Navidad en Tijuana no siempre fue como la conocemos hoy. Durante décadas, la ciudad vivió estas fechas de manera distinta al resto del país. El maestro Mario Villacorta, cronista y testigo de la vida tijuanense desde mediados del siglo XX, lo recuerda con claridad: antes de los años sesenta, Tijuana no celebraba posadas, Día de Reyes ni muchas de las tradiciones mexicanas que hoy parecen indispensables.
La razón era simple: Baja California estaba aislada del centro del país. Para llegar había que cruzar el río Colorado, y la región tenía más contacto con Estados Unidos que con la Ciudad de México. Por eso, Villacorta recuerda que en su infancia la Navidad era una celebración sencilla: misa de medianoche, cena familiar y a dormir. No había posadas, no había rosca, no había Reyes Magos. Lo que sí había era la influencia del vecino del norte: casas iluminadas en San Diego, Chula Vista o National City, que muchas familias tijuanenses visitaban como parte de su propia tradición decembrina.
Con la llegada masiva de migrantes del centro del país en los años sesenta, Tijuana comenzó a aprender nuevas costumbres. Las posadas, los nacimientos, la rosca de Reyes y otras celebraciones se integraron poco a poco a la vida local. Villacorta recuerda cómo, ya como funcionario cultural, tuvo que organizar concursos de nacimientos y altares, impulsados por el gobierno municipal para fortalecer tradiciones que antes no existían en la región.
El maestro también evoca la Navidad desde lo íntimo: los buñuelos, las galletas, los juegos y la convivencia entre varias familias en colonias como Independencia o Ruiz Cortines. Pero también recuerda la desigualdad que lo marcó desde joven: mientras algunos niños recibían regalos y cenas abundantes, otros no tenían nada que celebrar. Esa mezcla de alegría y tristeza, dice, lo acompañó durante años.
La frontera también transformó la Navidad con el tiempo. En los años sesenta y setenta, las posadas dieron paso a grandes fiestas y bailes que duraban hasta el amanecer. Villacorta recuerda caminar desde la colonia Libertad hasta restaurantes como “La Vuelta” para desayunar menudo o pozole después de celebrar el Año Nuevo con amigos.
En décadas recientes, la cultura popular global también ha influido. Películas como Coco masificaron el Día de Muertos y la figura de la catrina, tradiciones que en Tijuana no existían antes de los sesenta. Hoy forman parte del paisaje cultural de la ciudad, no por imposición oficial, sino porque la comunidad las adoptó y las hizo suyas.
Para Villacorta, lo esencial permanece: la Navidad es un pretexto para reunirse, convivir y buscar armonía, más allá de creencias religiosas o influencias externas. En una ciudad construida por migrantes, la Navidad tijuanense es un mosaico vivo de memorias, aprendizajes y encuentros.







