“El activismo no es una elección, es una consecuencia de la vida”, afirma Vivian Petit Frere, activista haitiana y organizadora comunitaria de Haitian Wixarayans, organización haitiano-americana con sede en San Diego. Migrante que atravesó Haití, Brasil y México, su voz enlaza las luchas locales con las crisis globales y denuncia las estructuras que sostienen la violencia en distintos territorios.
Vivian recuerda que llegó a México sin plan de quedarse, pero encontró en el acompañamiento a otros migrantes la razón de su lucha. “Apoyar, a pesar de mis propias dificultades, es lo que me llevó al activismo”, señala. Su testimonio conecta la precariedad de la comunidad haitiana con la resistencia de Palestina, la violencia en República del Congo y Sudán, y la fragmentación de Haití. Para ella, todas estas realidades tienen un punto común: el capital y las jerarquías que condenan a los pueblos.
“No hablar es aceptar lo que está pasando”, afirma, consciente de los riesgos que enfrenta como mujer migrante y activista en México. Relata cómo muchas familias pagan miles de dólares para migrar y terminan atrapadas en trabajos indignos, incapaces de sostener a sus hijos. “Imagínense pagar tres mil dólares para llegar a un país y terminar seis meses en un trabajo que no alcanza ni para comer.”
Su recorrido migratorio —de Haití en 2019, a Brasil en 2020 y México en 2021— refleja la búsqueda de esperanza frente a la discriminación y la precariedad. En ese trayecto, Vivian reafirmó su vocación como trabajadora social, estudiando para contar con herramientas frente a un sistema que aparenta que los problemas son aislados, cuando en realidad forman parte de una misma estructura de opresión.
“Es normal que yo siga luchando. Aunque me digan que me expongo, mis hijos también son parte de esta lucha”, concluye, dejando claro que su voz es resistencia y que el activismo migrante no conoce fronteras.
